Noticia
Mirta Rodríguez y Mary Fernández: “Las administraciones tienen que facilitar que podamos dar el producto de nuestros vecinos para que los pueblos puedan subsistir”
Las cocineras rompen una lanza por la sostenibilidad de la despensa local. “Si las tradiciones se pierden por no ser viables, también se pierde nuestro carácter”.
Mary Fernández y Mirta Rodríguez representan ‘Dos miradas del occidente asturiano’, como anuncia el título de la ponencia que protagonizaron al alimón. Mari cocina el bravío Cantábrico occidental, “donde el pescado es atlético como jabalí frente a un cerdo criado en casa”, explica. Mirta, que se emociona recordando la despoblación total de Llandeiro, aldea de la que su familia fue última habitante, cocina guisos de interior y aprovecha todo de los bueyes que cría. Ambas comparten la defensa de un territorio donde “puedes comer cada día algo distinto”. Para que esa riqueza subsista, reclaman a la administración adaptar la normativa sanitaria y permitir a los restaurantes ofrecer productos de sus vecinos.
Sus cocinas muestran dos caras de una misma realidad y por eso, comparten preocupaciones. La primera, ver cómo su tierra va perdiendo población por culpa de la falta de oportunidades. En el campo, muchas familias producen sus alimentos y tienen pequeños excedentes de huevos, miel o legumbres; insuficientes para entrar en la cadena de comercialización, pero de gran calidad. En un gesto emocionante, al final de su ponencia, las dos cocineras reclamaron a las administraciones que revisen la legislación y permitan a los restaurantes de la zona consumir productos de sus vecinos. “Para las economías familiares eso sería una ayuda, y nosotras podríamos consumir productos maravillosos en vez de ir a comprarlos al supermercado”, dicen.
Mari Fernández y Mirta Rodríguez no participan de la notoriedad de otros colegas de profesión. Son guisanderas, y a mucha honra. Autodidactas, cocineras de herencia, que han llevado sus respectivos restaurantes, el Mesón el Centro de Puerto de Vega (Mary) y El Tornero, en Villayón, a convertirse en referentes de calidad y producto local.
El mundo de Mary, que entró en la cocina por circunstancias familiares, es el de la mar. “Tenemos una costa muy bravía y una lonja muy pequeña que vive de la temporada. A mí me llaman los pescadores desde los barcos y me dicen, mira, que hoy tenemos una lubina, un san Pedro, etc. Yo lo encargo, y luego de la lonja viene a mi puerta”. Ahora en Puerto de Vega es temporada de percebe, pero tal vez el producto más emblemático es el calamar, que protagonizó la demostración culinaria de Mary y expresó su filosofía.
“Nuestro producto es de tal calidad, que lo tocamos lo mínimo, pero hacemos elaboraciones para aprovechar cualquier sobra”, añade. Una de ellas es la bomba de calamar, una empanadilla rellena de guiso de calamar en su tinta. “Nuestros guisos son los de toda la vida, si metemos creatividad, como en este plato, es para aprovecharlos. También ha sido un descubrimiento para mí el mundo de las algas. El codium por ejemplo es importante en nuestra cocina”, comenta.
Mirta Rodríguez se crió en una pequeña granja de vacas lecheras con sus padres. Llanteiro, la aldea donde vivían, estaba separada del mundo por un embalse que debían cruzar en barca cada día para vender la leche. Era demasiado, y tuvieron que marcharse. Con su partida, el pueblo quedó completamente muerto. Fueron los últimos habitantes.
El restaurante de Mirta se hizo famoso por platos locales como el pote, el repollo relleno o la fabada. “El pote y el repollo nos hicieron famosos en una zona donde antes no había ningún restaurante que destacara”, explica. Aparte de trabajar con ganaderos de la zona, hace diez años iniciaron un proyecto de cría de bueyes.
Su ganadería propia, El Torneiro, nació hace diez años con la llegada del primer buey de raza casina. “De los animales aprovechamos todo. Hasta hacemos galletas con el unto, como un guiño a las galletas que se hacían con el unto de cerdo. También elaboramos nuestras cecinas. Al principio fue difícil porque los mataderos no están preparados para animales tan grandes, pero encontramos quienes nos ayudaran”, recuerda.
Mirta tiene un sueño: que El Torneiro devuelva la vida a su pueblo natal. “Ni el nombre puedo pronunciar sin emocionarme. El objetivo último de nuestro proyecto es devolverle la vida”, afirma.